Lago en "El jardín de la política de los simples" en Suzhou.
En el siglo XIII, el italiano Marco Polo fue el primero que dio a conocer Suzhou en Occidente. Para él, este paraíso terrenal era ante todo una ciudad en la que florecía el comercio de la seda. Más tarde otros europeos, fascinados por esta ciudad surcada por canales, le dieron el sobrenombre de “la Venecia de Oriente”. En el decenio de 1980 yo aporté a su fama mi propia contribución, al presentarla como el paraíso de los sibaritas en mi novela Vida y pasión de un gastrónomo chino. Y cuando en 1997 la UNESCO inscribió cuatro de sus jardines clásicos en la Lista del Patrimonio Mundial, Suzhou añadió una nueva dimensión a su reputación.Como hijo de la naturaleza, el ser humano, por muy insensible que sea, no puede prescindir de la montaña, el agua, la hierba, los árboles, el sol, el aire. Lejos de ellos se asfixia, se encuentra mal, necesita evadirse y, en cuanto puede, se va de vacaciones. Ahora bien, en vez de practicar el turismo (ejercicio fatigoso, oneroso e incluso peligroso), ¿por qué no hacer una copia en pequeño de la naturaleza, una “naturaleza artificial” para el propio uso diario?En Europa, por ejemplo, los parques son enormes: bosques inmensos, recorridos por ríos, se extienden hasta donde alcanza la vista sin que ningún obstáculo perturbe el espectáculo natural. En realidad se trata de una parcela grande de naturaleza, cercada y más o menos retocada con la construcción de edificios a orillas del agua o en el lindero del bosque.El jardín chino, en cambio, expresa a la perfección el concepto -propio de la filosofía china- de armonía entre el cielo y el hombre. Los jardines de Suzhou son el resultado de una verdadera “fabricación”. En un terreno llano, los hombres “confeccionan” en miniatura todos los elementos esenciales de la naturaleza. Como las montañas no se pueden desplazar, se construyen rocallas; como es imposible desviar ríos y arroyos, se cavan surcos para hacer canales. Como el agua abunda en el subsuelo, tres metros de excavación bastan para hacer un estanque. Sus habitantes confiesan con la mayor sinceridad que “falsifican” montañas y ríos. Pero esta “falsificación” es una creación artística y, como tal, esencialmente verdadera.Las rocallas son el alma de los jardines. Las piedras con que se construyen -el receptáculo del alma- proceden del lago Tai, en las proximidades de Suzhou. Sus fascinantes rocas escarpadas, roídas por la erosión, tienen tanta fama que hasta los emperadores del lejano norte mandaban a sus arquitectos a buscarlas para decorar con ellas sus jardines. Las más conocidas y más hermosas son llamadas “cimas de rocas”. Su calidad se evalúa en función de tres criterios: han de ser “flacas” y no “carnosas”; deben contener galerías verticales, además de los “túneles” que las atraviesan de parte a parte; su superficie ha de ser rugosa y no lisa.Pero amontonar hermosas piedras no basta para crear una obra de arte. Los primeros maestros de la roca, artesanos de gran talento y sumamente cultivados, surgieron en Suzhou en tiempos de la dinastía de los Tang (618-907) y los Song (907-1271), época de auge de los jardines en todo el país. Estos antepasados del paisajismo chino tuvieron sucesores ilustres, hasta el punto de que en tiempos de la dinastía Ming (1368-1644) existían entre 200 y 300 jardines en la ciudad y sus alrededores. En la actualidad subsisten 77, veintisiete de ellos protegidos como monumentos nacionales. Algunos no son en realidad más que grandes patios, una especie de minijardines decorados con flores, plantas, bambú y rocallas como hay en la mayoría de las viejas mansiones de Suzhou.El maestro más celebrado bajo la dinastía Qing (1644-1840) fue Qing Gu Yliang, autor de la montaña de cal en el Jardín de la Villa de la Montaña Abrazada por la Belleza (Huanxiu). Gu Yliang perdió la vista en sus últimos años, y fueron sus discípulos los que acabaron la obra bajo su dirección. El secreto de la belleza de esta montaña reside en que fue construida con el alma y no con las manos del maestro. Es una reproducción en miniatura de la verdadera montaña que vivía en su corazón. Sus dimensiones son modestas -cubre menos de 500 metros cuadrados y sus picos no superan los siete metros de altura-, pero en cuanto se entra en ella se tiene la impresión de penetrar en las entrañas de una inmensa montaña salvaje, al borde de un barranco tortuoso. El especialista contemporáneo del jardín chino, Chen Congzhou, afirma con gran acierto: “Una montaña que parece una rocalla es una curiosidad; una rocalla que parece una montaña es una maravilla.”Lago en "El jardín de la política de los simples" en Suzhou.
En el siglo XIII, el italiano Marco Polo fue el primero que dio a conocer Suzhou en Occidente. Para él, este paraíso terrenal era ante todo una ciudad en la que florecía el comercio de la seda. Más tarde otros europeos, fascinados por esta ciudad surcada por canales, le dieron el sobrenombre de “la Venecia de Oriente”. En el decenio de 1980 yo aporté a su fama mi propia contribución, al presentarla como el paraíso de los sibaritas en mi novela Vida y pasión de un gastrónomo chino. Y cuando en 1997 la UNESCO inscribió cuatro de sus jardines clásicos en la Lista del Patrimonio Mundial, Suzhou añadió una nueva dimensión a su reputación.Como hijo de la naturaleza, el ser humano, por muy insensible que sea, no puede prescindir de la montaña, el agua, la hierba, los árboles, el sol, el aire. Lejos de ellos se asfixia, se encuentra mal, necesita evadirse y, en cuanto puede, se va de vacaciones. Ahora bien, en vez de practicar el turismo (ejercicio fatigoso, oneroso e incluso peligroso), ¿por qué no hacer una copia en pequeño de la naturaleza, una “naturaleza artificial” para el propio uso diario?En Europa, por ejemplo, los parques son enormes: bosques inmensos, recorridos por ríos, se extienden hasta donde alcanza la vista sin que ningún obstáculo perturbe el espectáculo natural. En realidad se trata de una parcela grande de naturaleza, cercada y más o menos retocada con la construcción de edificios a orillas del agua o en el lindero del bosque.El jardín chino, en cambio, expresa a la perfección el concepto -propio de la filosofía china- de armonía entre el cielo y el hombre. Los jardines de Suzhou son el resultado de una verdadera “fabricación”. En un terreno llano, los hombres “confeccionan” en miniatura todos los elementos esenciales de la naturaleza. Como las montañas no se pueden desplazar, se construyen rocallas; como es imposible desviar ríos y arroyos, se cavan surcos para hacer canales. Como el agua abunda en el subsuelo, tres metros de excavación bastan para hacer un estanque. Sus habitantes confiesan con la mayor sinceridad que “falsifican” montañas y ríos. Pero esta “falsificación” es una creación artística y, como tal, esencialmente verdadera.Las rocallas son el alma de los jardines. Las piedras con que se construyen -el receptáculo del alma- proceden del lago Tai, en las proximidades de Suzhou. Sus fascinantes rocas escarpadas, roídas por la erosión, tienen tanta fama que hasta los emperadores del lejano norte mandaban a sus arquitectos a buscarlas para decorar con ellas sus jardines. Las más conocidas y más hermosas son llamadas “cimas de rocas”. Su calidad se evalúa en función de tres criterios: han de ser “flacas” y no “carnosas”; deben contener galerías verticales, además de los “túneles” que las atraviesan de parte a parte; su superficie ha de ser rugosa y no lisa.Pero amontonar hermosas piedras no basta para crear una obra de arte. Los primeros maestros de la roca, artesanos de gran talento y sumamente cultivados, surgieron en Suzhou en tiempos de la dinastía de los Tang (618-907) y los Song (907-1271), época de auge de los jardines en todo el país. Estos antepasados del paisajismo chino tuvieron sucesores ilustres, hasta el punto de que en tiempos de la dinastía Ming (1368-1644) existían entre 200 y 300 jardines en la ciudad y sus alrededores. En la actualidad subsisten 77, veintisiete de ellos protegidos como monumentos nacionales. Algunos no son en realidad más que grandes patios, una especie de minijardines decorados con flores, plantas, bambú y rocallas como hay en la mayoría de las viejas mansiones de Suzhou.El maestro más celebrado bajo la dinastía Qing (1644-1840) fue Qing Gu Yliang, autor de la montaña de cal en el Jardín de la Villa de la Montaña Abrazada por la Belleza (Huanxiu). Gu Yliang perdió la vista en sus últimos años, y fueron sus discípulos los que acabaron la obra bajo su dirección. El secreto de la belleza de esta montaña reside en que fue construida con el alma y no con las manos del maestro. Es una reproducción en miniatura de la verdadera montaña que vivía en su corazón. Sus dimensiones son modestas -cubre menos de 500 metros cuadrados y sus picos no superan los siete metros de altura-, pero en cuanto se entra en ella se tiene la impresión de penetrar en las entrañas de una inmensa montaña salvaje, al borde de un barranco tortuoso. El especialista contemporáneo del jardín chino, Chen Congzhou, afirma con gran acierto: “Una montaña que parece una rocalla es una curiosidad; una rocalla que parece una montaña es una maravilla.”Lago en "El jardín de la política de los simples" en Suzhou.